El jueves 13 de julio se celebra el día mundial del TDAH, lo cual nos indica la importancia de esta patología en nuestra sociedad actual. En los estudios se informa de un 6-7 % de prevalencia, es decir, uno de cada 10- 20 niños tienen un diagnóstico de TDAH. Aunque es más frecuente en niños, también se diagnostica en adolescentes y en adultos. La cuestión es que no sólo deben de aparecer los síntomas de hiperatividad, impulsividad y falta de atención, sino que además éstos deben condicionar al individuo.
Para que se dé el diagnóstico se debe producir una disfunción, que el déficit de atención no sólo esté presente, sino que, además, genere problemas al niñ@, le ocasione dificultades de ajuste en el aula y de comportamiento en casa.
En el adulto podemos estar hablando de un 2-3% de prevalencia del diagnóstico. Hay pacientes que van compensando los síntomas, por lo que podría tratarse de un problema madurativo, de un problema que requiere intervención para ayudar a mejorar la calidad de vida de estos niños y niñas y sus familias.
La solución clínica habitual es la farmacología, que puede ayudar en un momento puntual a lo largo del día en la mejora de la concentración, pero que no ayuda a integrar una autorregulación, tan necesaria para madurar adecuadamente y potenciar que los niños se vayan enfrentando a sus dificultades en el día a día.
En consulta observamos que estos niños y niñas tienden a realizar rituales compulsivos para intentar tranquilizarse, que se obsesionan con algún tipo de pensamiento y que suelen aparecer muchos problemas de conducta tanto en el ámbito familiar como en el escolar. Se justifica por el trastorno, pero esto, lejos de ayudar, cronifica estas conductas. Asimismo, dado que no se pueden concentrar ni estar sentados, ni realizar una tarea detrás de otra, los resultados académicos suelen ser peores que la capacidad real.
Existen otros padecimientos escondidos detrás de una mala calificación. Es necesario estudiar el bajo desempeño académico como síntoma de depresión y otras patologías o ajustes familiares.
La solución operativa y funcional que aportamos desde la terapia breve es el inicio de una terapia indirecta, o sea, realizada a través de los padres, con la intención de evitar el fenómeno llamado de “etiquetaje” o, en el momento en que se haya dado un diagnóstico, un agravamiento posterior del mismo. Lo que tratamos de dilucidar en consulta es el para qué de todas esas conductas y no el por qué, es decir, buscamos el sentido que da la persona a su conducta en relación consigo mismo, con los otros y con el mundo. Cuando son pequeños se trabaja con la familia y cuando ya son adolescentes o preadolescentes se incorpora a la consulta al joven para trabajar directamente las dudas que le puedan surgir.
Se trabaja el establecimiento de una sana jerarquía familiar, una eficiente organización de las tareas y en el dejar de hacer todo aquello que no esté funcionando, aunque haya funcionado en otro momento o con otros niños.
Con un adecuado tratamiento el niño deja de desarrollar sus rituales, en muchos casos de inmediato y mejoran en sus habilidades en relación consigo mismos, con los demás y con el mundo, por lo que dejan de aislarse o de sentirse tan diferentes o poco adaptados y de comportarse de forma tan poco adecuada, ya que su conducta deja de tener sentido.
La plasticidad de nuestro modelo terapéutico permite tratamientos prácticos y altamente efectivos, ya que nos adaptamos con flexibilidad máxima a cada familia y con la elección de instrumentos que sean adecuados a cada situación concreta.